Mi ex está entre los acusados por el movimiento #MeToo; se lo merecía, pero el tema es complicado
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El hombre con el que me casé cuando tenía 24 años y me divorcié a los 30, una celebridad del mundo del entretenimiento, fue recientemente despedido por comportamiento inapropiado.
Mi primera reacción fue un impulso de ‘alegría ante el mal ajeno’: se lo merecía. Cuando una amiga me dijo que él le había metido su lengua en la boca al despedirse de ella... Me da vergüenza admitirlo, pero dije: “Él es así”.
Después de ver su foto como una plaga por internet, y luego de ese impulso de satisfacción, sentí tristeza y preocupación. Yo había amado a ese hombre; habíamos construido nuestras carreras junto al otro y compartido una profunda intimidad. Él había creído en mí, en mi escritura. Él me había consolado cuando estaba herida y me había apoyado: era un defensor feroz. Me contenía, aunque a menudo actuaba a escondidas. Tenía un don para cubrir sus huellas inventando historias detalladas; sonaban tan plausibles y sinceras, que la gente las creía.
¿Confuso? Sí, claro que sí.
Ello es porque lidiamos con las complejidades y contradicciones del corazón, y con el profundo y frecuentemente traicionero río de impulsos sexuales.
En los primeros días del movimiento feminista, Nora Ephron escribió que mientras luchaba por los derechos de las mujeres, en sus fantasías eróticas quería ser violada. Otra feminista, Sally Kempton, escribió en Esquire: “Es difícil luchar contra un enemigo que tiene puestos de avanzada en tu cabeza”.
Quiero ser clara: creo que cualquiera que fuerce sexualmente a otro ser humano debe rendir cuentas. También creo que el castigo debe ajustarse al crimen. Eso significa que tenemos que aceptar que la mala conducta no es negra o blanca, sino que cae en un continuo. En un extremo está el violador/depredador serial, y en el otro está el coqueto desagradable. Hasta el momento, el movimiento #MeToo no ha lidiado con esa realidad.
Como escribe Claire Berlinski en American Interest: “Estamos en una cacería de brujos extrajudicial y frenética, que no se detiene para analizar la diferencia entre la violación y la estupidez. El castigo por el acoso sexual es tan serio que, claramente, este delito -como cualquier otro grave- requiere de una definición inequívoca. No tenemos nada por el estilo”.
Esto es peligroso para ambos géneros. Los hombres que han sido juzgados en la corte de la opinión pública -por todo, desde un cunnilingus forzado hasta un masaje no deseado en el cuello- han perdido sus carreras y sus vidas se han destruido. Las mujeres que declararon se arriesgan a una reacción violenta, que seguramente llegará. Como Dave Chappelle advierte en un especial de comedia: “Atemorizaron a todos los tipos malos, y eso es bueno. Pero en el momento en que ya no tengan miedo, esto empeorará más de lo que era antes. El miedo no genera una paz duradera”.
¿Queremos avanzar hacia una sociedad donde los hombres tengan miedo de estar a solas con una mujer en la oficina? ¿Una sociedad donde las mujeres a las que les gustaría que los hombres sean asertivos en el dormitorio se encuentren con parejas que temen asumir ese papel?
Entonces, ¿cómo debemos proceder en la era posterior a Harvey Weinstein? Lo que me preocupa es que en el clima actual, ser acusado es ser condenado. No hay un proceso debido.
¿Qué pasaría si pudiéramos establecer el tipo de proceso de verdad y reconciliación que ayudó a las personas en Sudáfrica e Irlanda a avanzar, después de la violencia prolongada? Las víctimas dieron su testimonio; los perpetradores también pudieron dar el suyo y solicitar la amnistía del enjuiciamiento. Se tuvo en cuenta el peso de los crímenes cometidos. La “justicia restaurativa” fue el objetivo.
Incluso antes del #MeToo, las personas intentaron manejar los delitos sexuales en privado. En 2016, Thordis Elva, de Islandia, y Tom Stranger, de Australia, dieron una charla en Ted Women, llamada “Nuestra historia de violación y reconciliación”. Se habían conocido a los 16 años, cuando Stranger era estudiante de intercambio en Islandia. En una fiesta, Elva había bebido demasiado, tuvo nauseas y se desvaneció. Stranger la llevó a su casa, le quitó la ropa, la metió en su cama y la penetró. Ella estaba demasiado débil para resistirse, y recuerda la experiencia como dolorosa y traumática. La mujer no volvió a hablar con él y, humillada, no contó el hecho a nadie.
Nueve años más tarde, le escribió una carta a su agresor. Él respondió y acordaron reunirse en Ciudad del Cabo, Sudáfrica.
Al principio, Elva quería vengarse, “quería lastimar a Tom tanto como él me había lastimado”, confesó. “Cuando aterrizó el avión, pensé: ¿por qué no busqué un terapeuta y una botella de vodka, como una persona normal?”.
Durante una semana, se contaron sus historias de vida. Las reglas básicas eran que tenían que ser honestos, escuchar al otro con las mentes abiertas y aguantar toda la semana.
“A veces nuestra búsqueda de comprensión parecía imposible”, contó Elva, pero hacia el final del plazo, tuvieron un “sentimiento victorioso”. Stranger afirmó: “Tenía que aceptar que había herido a esta persona maravillosa”.
En este país, la curación podría comenzar con una industria o una comunidad progresista, que establezca una comisión de verdad y reconciliación. Acusador y acusado pueden hablarse entre sí, con mediadores presentes. Si la comisión llega a la conclusión de que un hombre ha causado daño, éste podría enmendarlo.
¿Tal proceso habría sido efectivo con mi exmarido? ¿Habría aceptado participar? No puedo decirlo, ya que él no ha efectuado declaraciones públicas ahora, y no se han divulgado las acusaciones específicas que derivaron en su despido.
Lo que puedo decir es que debemos reconocer y definir los diferentes grados de acoso sexual, y trabajar para encontrar maneras de lograr justicia restaurativa.
Traducción: Valeria Agis
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí
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